Hace un tiempo vi un grafiti en la calle que decía: “Cuando sea grande quiero haber sido unx niñx feliz”.
Mucho tiempo me pregunté qué era ser unx niñx feliz y cómo lxs adultxs acompañamos esa búsqueda desde la casa, la escuela, los diferentes espacios en que lxs chicxs interactúan.
La definición de felicidad es muy amplia, quizá podríamos cambiar el término por momentos felices, acciones que nos lleven hacia ahí…
La felicidad es distinta si vivís acá o allá, con lugares para expresarte o no, con muchas personas que te quieren, te amparan, te tienen en cuenta…o no, si las necesidades básicas están cubiertas o cada día es lo primero que hay que solucionar.
Se me ocurre que la felicidad es compartida, es con lxs demás, es celebrar lo que sale bien, el afecto, la complicidad de lxs amigxs, la escuela, la familia… con quienes nos cuidan y nos alojan y alojamos en el corazón. Es ese guiño que fortalece, que nos hace sentir que las cosas van bien.
Es trabajar juntxs, en equipo, por un proyecto. En él, al concluir no hay ganadorxs y vencidxs, es un propósito en el que se siente la colaboración y el pensamiento común. El decir y el hacer, la escucha y la palabra, el compartir los materiales u objetos, es efectuar acciones conjuntas.
La felicidad no es sin límites, las normas que contienen y ayudan a organizarnos a alcanzar lo que nos proponemos en un ambiente cálido que promueve el interés. Es entender y aceptar que en ocasiones podemos discutir los criterios y en otras situaciones se necesita un “no” y un “hasta acá”.
Creo que la felicidad se siente cuando se recuerdan risas y charlas en un paseo en familia, una excursión o un campamento con profes y compañerxs. Cuando alguien nos da la mano simplemente para compartir un tramo del camino, nos narra un cuento ya contado cien veces o nos arrulla para dormir tranquilxs.
Pienso que se siente la felicidad cuando la persona que nos mima, nos cuida, nos protege nos muestra que las cosas “regaladas” son bonitas, pero las que surgen del fruto del trabajo repartido son valoradas en el tiempo. Estas experiencias en las que cada unx se va volviendo autónomo y responsable hace que vayamos llenando “nuestra mochila” de conocimientos y al mismo es lo que nos impulsará a seguir aprendiendo.
¿La felicidad solitaria existe? Al vivenciar la solidaridad, se aprende que siempre hay un otro que nos necesita o nos puede ayudar. La felicidad es dar y es aceptar lo que nos ofrecen, siempre con ojo crítico.
Es un deseo muy grande el querer que cada niñx sea feliz más tiempo, con más gente, compartiendo acciones que queden en su mente y corazón. Nosotrxs, lxs adultxs, tenemos mucho que hacer.
Desde el área de Crianza queremos intervenir junto a ustedes para que la felicidad sea para lxs niñxs y también para lxs adultxs que acompañan… ¡manos a la obra!
POR NANCY HELMAN