Las organizaciones enfrentan hoy nuevos y renovados desafíos proporcionados por escenarios cambiantes que ponen a prueba la capacidad de adaptación de las personas, los equipos y los líderes. Lo más estable es el cambio, que exige acciones innovadoras, creativas, ágiles e invita a revisar los paradigmas desde donde pensar la gestión de las personas y los equipos y, fundamentalmente, explorar nuevos modos de habitar el liderazgo.
Lograr legitimidad y construir autoridad, desde un posicionamiento de liderazgo de mayor cercanía y horizontalidad y hacer de la diversidad una verdadera virtud, más que un escollo a superar, son algunos de los desafíos nuevos y también, renovados.
Hace pocos días se escuchó decir a un gerente en una capacitación “Las generaciones jóvenes no se comprometen con nada”. Y la pregunta resulta inevitable, ¿no se comprometen con nada?
Estas frases, esgrimidas muy probablemente sin mala intención, pero con cierto fastidio, frustración o enojo, esconden representaciones sobre los y las otras y otros, en este caso, la juventud -en otra época se decía “la juventud está perdida”-. Se traza, así, una frontera, una línea divisoria entre un NOSOTROS/AS y un ELLOS/AS; que no se rigen por los mismos valores, tienen otros modos de representarse el mundo, de vincularse y de comprometerse, que no invalidan la posibilidad de trabajar colaborativamente.
Trazar líneas divisorias que incluyan a una nueva versión de nosotros/as, con diversas miradas, trayectorias académicas, formativas, generacionales, sexogenéricas, es tal vez uno de los mayores desafíos de los líderes en el actual contexto organizacional. Preguntar y preguntar-nos ¿cuál es el aporte de unos/as y de otros/as a los objetivos del equipo, de la organización, del bien común? ¿qué podemos enseñar y qué podemos aprender? ¿Qué necesitamos aceptar? No es sencillo, ni libre de conflictos, pero puede ser un diferencial, un valor intangible que más temprano que tarde, impacte en los resultados.
POR PAULA BIANCHI
Click acá para leer más apuntes.