No sé qué cómo se comportan ustedes cuando entran a una librería (bien pueden contárnoslo), pero en esas ocasiones yo nunca dejo de visitar el sector de literatura infantil. Y esto se debe no sólo a mi afición por comprar libros para mis pequeños allegados, sino un gusto bien propio por esta clase de literatura. Además, debo decir que, por lo general, en esos sectores realizo hallazgos de lo más interesantes. Creo que estos descubrimientos se deben al hecho de que hay libros que aparecen allí por cierta reticencia a colocarlos en otros sectores y pienso que sucede porque son ilustrados.
En estos encantadores espacios solemos encontrar libros de la autoría de Edward Gorey, escritor que conocí, debo decir, no por el azar sino por un seminario en la facultad. Desde que escuché que Gorey era reconocido por sus textos (algunos de ellos considerados “para niños”) de atmósferas misteriosas, violentas y sucesos macabros… bueno, no pude dejar de interesarme por él.
Gorey (Chicago, Illinois, 22 de febrero de 1925 – Hyannis, Massachusetts, 15 de abril de 2000) fue un personaje curioso, un “excéntrico” que, según su biografía: “A los tres años y medio aprendió sólo a leer; a los cinco leyó Drácula, a los siete Frankenstein y a los ocho todas las novelas de Victor Hugo”. Si bien actualmente se lo conoce como una fuente de inspiración para Tim Burton, también ha sido reconocido por personalidades como Max Ernst, Herman Hesse y su amigo Theroux.
Cuando muestro mi edición de La fábrica de vinagre: Tres tomos de enseñanza moral a quienes visitan mi casa, estoy acostumbrada a leer en sus caras asombro, incluso rechazo, y entiendo que para muchos estas obras deberían alejarse de la alcance de los niños. Pero más allá de la polémica acerca de la crueldad en la literatura infantil (o mejor dicho, la vuelta a la crueldad en la literatura infantil, sobre la que dicho sea de paso, estoy completamente a favor), estos textos resultan en ocasiones demasiado atrevidos, crudos e incómodos, incluso para adultos: “Por algún motivo mi misión en la vida consiste en producir la mayor incomodad posible, porque así es el mundo” Edward Gorey.
Desde ya, cualquiera que disfrute, como yo lo hago, del humor negro, me agradecerá esta recomendación. Y quien no lo haga, lo invito, de cualquier forma, a entregarse a una lectura que despierta un sentimiento de profundo distanciamiento y extrañeza, ideal para suspender el juicio, correrse del didactismo y disfrutar de la insolencia.
“Nos pasamos la vida tratando de evitar la realidad de una u otra manera. Yo siempre he tenido una fuerte sensación de irrealidad. Siento que los demás existen de un modo que yo desconozco” Edward Gorey.