Quien haya tenido o tenga que viajar mucho por trabajo, creo que me entenderá. Siempre que vas a tomar un avión hay un cuota muy grande de incertidumbre en lo que respecta a cancelaciones, cambios de horarios y dificultades climáticas, Todo esto hace que estés en alerta. A veces, las chances de que todo salga como fue previsto no son muy altas Es mejor estar preparada.
Por lo menos, así me preparo yo: estoy lista para recibir una cancelación, un cambio, una re-programación. Y no fue la excepción el último vuelo que me tocó regresando de unas muy lindas jornadas de trabajo en Asunción.

La situación era la siguiente: quería volver, era viernes, hacía varios días que no veía a Sofi y Pepo y la ansiedad por estar de nuevo en casa era muy grande. Tan grande que, cuando llegué al aeropuerto y me enteré de que el vuelo se había cancelado, la desesperanza fue inmensa (sí, ya sé que dije que suelo prepararme para estas posibilidades, pero me superó). En ese momento activé el botón “pensar plan B, C, D”. Tuve la suerte de que me asistiera y auxiliara quién me había contratado para el trabajo y gestionado el vuelo. También tuve el apoyo de otros pasajeros que eran viajeros más frecuentes que yo y me pasaron el dato de otras alternativas para regresar. Luego de barajar algunas opciones, entre ellas el subirme a un micro y empezar a volver, conseguimos un lugar en un vuelo que saldría algunas horas más tarde. ¡Sí, todo parecía estar bien! “Mejor me tomo otro café”. Pensé en ese momento.
Y el vuelo salió. Un poco más demorado que lo esperado. Pero finalmente subí al avión. Despegó. Sofi y Pepo estaban cada vez más cerca. Tanto más cerca que pude abstraerme y no escuchar, aunque mi oído se sentía muy tentado a hacerlo, la conversación entre una pasajera y su compañero de asiento que estaban viajando adelante mío. Hablaban de política, mezclaban muchas cosas y pensaban muy distinto a como lo hago yo. Hablaban muy fuerte. Pero yo, cada vez, estaba más cerca de casa.
Aterrizamos. Emoción.
Me olvidé de adelantar un dato. Esa noche se esperaba en Buenos Aires la tormenta de Santa Rosa. Y la tormenta había llegado. Llovía mucho. Fuerte. El avión frenado se movía un poco por el viento.
El piloto abrió el micrófono: “Estamos en alerta roja por tormenta eléctrica. Por el momento no vamos a poder descender del avión“.
Caos. El avión se llenó de un aire espeso de emociones. Queríamos volver a casa. Estábamos más cerca. Pero aún faltaba y no se sabía cuánto.
Y en ese torbellino de angustia faltaba una cuota: la pasajera de adelante entró en acción. Comenzó a hablar más fuerte, a dudar de la alerta roja, a pensar que estábamos secuestrados por un tema sindical y que no existía afuera una lluvia torrencial que hacía mover al avión. Era todo un complot y había que reclamar.
Locura.
La ceguera era tal que hasta parecía una broma, pero era real. Aguanté un poco. Chateé con una amiga (Pazos) que me ayudó a calmar. Pero luego, en uno de sus discursos que arengaban a la sublevación, me miró. “Somos muy sumisos“, dijo. Me encontró. Encontró mis emociones revueltas, mis ganas de volver a casa, mi frustración, mi miedo a que se desatara un caos en el avión.
Le hablé con hechos. Le busqué el protocolo de “alerta roja”, traté de contarle cómo funcionaba. Era lo mismo. Me decía “permitime dudar“. De repente me encontré debatiendo como en un aula de capacitación pero adentro del avión y sin un encuadre adecuado. ¿Cómo salir de esa situación?

Por suerte en ese momento el pilotó anunció que íbamos a poder bajar. La pasajera me siguió charlando hasta que bajamos del micro que nos dejó en el edificio de Aeroparque. Quería estar de acuerdo conmigo, me hablaba más tranquila, pero seguía convencida del complot.
Así volví a casa: llena de preguntas, sorprendida por cómo el velo nos hace ver cosas tan distintas, feliz de estar de nuevo con Sofi y Pepo (y en tierra firme por un tiempito más), también lista para la próxima aventura.
Antes de irme, una cosa más. Me pregunto ahora si será por eso que a veces las personas aplauden cuando el avión aterriza. ¿Le aplauden al piloto? ¿Le aplauden a todas las variables que podrían haber salido mal pero salieron bien? ¿Se aplauden a ellas mismas por haber superado la incómoda incertidumbre?
Por Eugenia Tambussi
