Hace unos días charlaba con mi primita (sí, “ita”, no importa cuántos años tenga) que estudia medicina. En una de sus materias, rinden con bolillero: sacás un número al azar y te toca exponer sobre ese tema. Hasta ahí, todo bien… salvo por un detalle: hay bolillas que incluyen temas que no se explican en la cursada, una de esas prácticas que nadie revisa pero todos sufren.
¿Por qué? Porque son temas antiguos, de investigación o simplemente irrelevantes. Si bien la mayoría de los docentes dicen querer eliminar esos temas del examen, al parecer, quien está a cargo de la cátedra se niega porque “siempre estuvieron ahí”.

Me recordó inmediatamente esta charla a mis experiencias cursando materias con profesores que disfrutaban de asustar a quienes nos íbamos a presentar a rendir, y no es una forma de decir, hablo de gente que de verdad disfrutaba de la situación. Desde mi experiencia, al menos, no es raro el presentarte a un examen con miedo, desmotivada. Pero, además, en casos así, también el cuerpo docente se frustra, la mayoría no quiere estar en el lugar de sacar la bolilla esa de filtro y tomar una decisión al respecto. Sin embargo, nada cambia. ¿Te suena?
Este caso chiquito me hizo pensar en cómo, en muchas organizaciones, se siguen enseñando las cosas como se hicieron siempre… y si la gente no aprende, es que tienen un problema de motivación, de voluntad, de capacidad. Ellas tienen un problema. ¿Y el análisis de nuestras prácticas actuales? Bien, gracias.
O peor: se sostienen prácticas y creencias que ya no tienen sentido… solo porque siempre se hicieron así. Por ejemplo: se pretende encontrar personal con mucha experiencia, proactiva e inquieta… pero si ven que el currículum dice que en su último empleo estuvo dos años es que es inconstante y poco seria.
A veces, el problema no es la falta de ganas. Es el entorno que, en lugar de habilitar, castiga, que, en lugar de enseñar, intimida. Y eso no pasa solo en una cátedra de medicina: pasa también en empresas, equipos y proyectos donde se sigue haciendo “lo de siempre”, aunque ya no sirva.
Por Sofía Pazos
