En este tiempo de contagios de virus y pánico, es necesario frenar a tiempo y plantarle cara al cuco. Un verdadero aprendizaje ante la contundencia una pandemia.
Somos cuerpo. Y mente, espíritu, alma. Dependerá de la lupa a través de la cual nos miremos como seres humanos, que podamos observarnos de un modo u otro. Todas las disciplinas, teorías o corrientes de pensamiento coinciden en que somos materia y tenemos un cuerpo, al menos mientras estamos vivos. En este presente, resultado de un pasado que transitamos como sociedad y humanidad del modo que pudimos o nos permitimos transitar, es momento de hacer una pausa y observar. Tanto si estamos en cuarentena como si no, la realidad se nos impone a través del cotidiano. El día a día se ve afectado por la pandemia del coronavirus o COVID19, del que hace unos meses no habíamos escuchado hablar jamás, y hoy es el “gran cuco” para la humanidad. Pausa. ¿Es el “gran cuco”?
Es tiempo de preguntas y de poner en duda lo que se nos es dado como verdades absolutas. El primero que sabe, si sabemos escucharlo y atenderlo, es nuestro cuerpo. La mente, en tiempos convulsionados, concentra toda nuestra energía en la supervivencia activando el sistema simpático, generando un subidón de adrenalina que puede desembocar en miedo, pánico y una gama extensísima de sensaciones nada felices. El cuerpo sabe, y ante el miedo (a enfermar, a no contar con lo necesario para la supervivencia, a morir) reacciona de manera concreta. Si se trata de un miedo real, como es cruzar una avenida con el semáforo en rojo y autos varios acercándose en nuestra dirección, esas sensaciones y procesos resultarán más eficaces que cualquier seguro de vida porque nos alertarán del peligro real e inminente. Pero en momentos como el que estamos viviendo como humanidad, en los que el “enemigo” es un virus identificado, que ha causado contagio a escalas importantes e incluso muertes en más de cien países alrededor del mundo, la reacción brusca e inmediata del miedo no es de mucha utilidad. Al menos no lo es si la sostenemos en el tiempo y como único modo de respuesta.
Para poder transitar este tiempo es imprescindible tomar algunas medidas en lo personal, porque de ese modo será posible expandir la conciencia a lo social. Más allá de las regulaciones dadas desde los gobiernos, la prevención y cómo se lleve a cabo en cada caso es un acto de conciencia individual y a lo sumo, familiar o comunitaria.
El cuerpo no solo debe ser pensado como el receptor de una posible enfermedad por contagio, si no, estaríamos activando únicamente el miedo, el pánico y, en el peor de los casos, el rechazo a lo que es. Nuestro cuerpo necesita de nuestra mente y viceversa, hacer equipo, trabajar mancomunados y de manera coordinada para pasar la tormenta hasta que aclare. Moshe Feldenkrais, creador del método que lleva su nombre, decía que “casi siempre conviene más cambiar nuestra reacción primero, antes de cambiar el medio, aunque puede que podamos hacer algo en ambos a la vez”. Así que tomando lo que se nos da en este tiempo como “real”, podemos hacer una pausa para:
- Aquietarnos. Somos capaces de esto y mucho más, sin embargo la ansiedad y el miedo nos tientan a caer en la desesperación y salir corriendo a comprar víveres, por ejemplo. ¿Podemos alcanzar la quietud de la mente a partir del trabajo consciente del cuerpo? Respirar y observar la respiración puede ser una buena primera medida.
- Observarnos. En el propio espacio, el que nos toca para permanecer solos o compartir con otros, ¿somos los mismos?¿cuál es la relación con nuestro cuerpo en estas condiciones de restricción?
- Movernos. El cuerpo se mueve por sí solo: el sistema nervioso autónomo continúa realizando su trabajo, fundamental para la vida. Pero de nosotros depende movernos de manera consciente. Un breve trabajo con cada parte del cuerpo nos devolverá un estado de bienestar y disfrute, aún en tiempos convulsionados.
- Aprender. En el presente, aprender sobre nosotros mismos con la autoobservación. La práctica de desaprender lo conocido para incorporar nuevos hábitos y costumbres puede llevarnos a un cambio individual y colectivo que hoy es aún impensado. La práctica consciente resultará a mediano y largo plazo en bienestar común.
- Regular. Crear buenas prácticas en cuestión de energía vital no es nada común en nuestras sociedades. Esta pausa nos invita a regular el tiempo que dedicamos al trabajo, al ocio, al descanso, a la preparación de las comidas, a compartir con otros -real o virtualmente- a una conversación o un juego, al silencio, a disfrutar de una película, un libro, una canción. Y también mirar cuánto tiempo y energía dedicamos a “rumiar” en nuestra mente de manera tortuosa e inútil.
La propuesta es empezar por hacer algo con nuestro cuerpo, nuestro envase no retornable, el único que nos acompañará durante toda la vida. Es urgente e importante: empecemos hoy mismo y cuidémoslo del cuco.
POR ANALÍA ROSSI