Empezaba el año y nos dedicábamos al dictado de un taller muy divertido (a nuestro criterio) sobre Manejo de Objeciones. Le habíamos dedicado mucho al diseño. Queríamos que fuera útil y dinámico a la vez. En este taller nos focalizábamos en cómo el modelo de Estilos Sociales adaptado por los Hermanos Bolton puede ser una buena herramienta para diseñar contra-argumentos.
Y como “en casa de herrero cuchillo de palo”, una tarde, tuve una revelación. Ya habíamos realizado el curso con dos grupos. Explicando en qué consiste la matriz para las y los participantes, me puse de ejemplo como representante de mi estilo (integrador, pero bastante cerquita del expresivo).
Puede que incluso haya declarado que el conocer el propio estilo, como lo hago yo, nos da una ventaja diferencial al momento de tomar decisiones. Creí que yo con este nivel de autoconocimento encima, podía o no dejarme “seducir” por los argumentos de quién me ofrece un producto o un servicio.
Terminaba de dictar el último workshop de ese día y, café en mano, me relajé unos minutos acostada en mi nueva hamaca paraguaya adquirida unas pocas semanas antes en un viaje por Uruguay. Serían para ese entonces las 5 de la tarde.
Yahí sucedió la revelación. Me di cuenta en ese momento (sí, recién en ese momento) de que durante el día y entre una clase y otra sobre cómo nuestro estilo nos atraviesa al momento de comunicarnos mejor; había casi comprado dos cosas que aparentemente no necesitaba, y lo había hecho únicamente porque el argumento de venta me había conquistado.
Primera adquisición: una crema corporal que me ofreció mi vecina. ¿Por qué la compré? Porque su mensaje me llegó al corazón. Ella se había acordado de cuál era mi crema favorita, la tenía en stock y me la ofrecía a un precio preferencial. ¿Cómo no comprarla?
Segunda compra (esta fue “casi” porque me di cuenta antes de dar el “sí final”): un pack gigante de comida para mi mascota siendo que tengo stock todavía para meses. ¿Por qué dudé en comprarla? Porque quién me la ofrecía es “mi vendedor” de confianza, papá de un amigo de mi hijo y quién siempre tiene a bien comunicarme cuando estamos frente a posibles aumentos (¿aumentos?, qué raro).
¿Suena muy autorreferencial? Un poquito. Pero ese día me quedé pensando qué tan cierto es eso que siempre contamos en aula: nuestro estilo es aquel que nos lleva a comportarnos de determina forma de manera natural, por eso es crucial que podamos jugar a ser un poquito más versátiles en determinadas situaciones.
Dos comentarios al margen para finalizar. Al papá de mi amigo pude decirle que no – y le conté todo esto – obviamente.
La hamaca paraguaya la traje del Chuy. Estuve a punto de comprársela a una señora que me cayó muy bien, pero luego a las dos cuadras encontramos una más linda y más barata. Mi amiga me ayudó a decidir. Yo tuve que cruzar de vereda a la vuelta porque sentía que le debía la compra a la primera vendedora.
La sangre tira, pero el estilo mucho mucho más.