Si bien el bienestar laboral se ha convertido en una prioridad estratégica para las organizaciones y se promueven políticas de equilibrio entre la vida personal y profesional, en la práctica, muchas siguen premiando las largas jornadas de trabajo, la presencia constante en la oficina y el contacto a través del teléfono sin restricción de días u horarios. Qué raro, ¿no? (alerta de sarcasmo).
La cultura del “presentismo”

| En muchas organizaciones, la productividad aún se mide en función del tiempo que un empleado pasa en su puesto de trabajo y no de los resultados que obtiene. Esta cultura del “presentismo” refuerza la idea de que quien se queda hasta tarde es más comprometido/a o trabajador/a, aunque, como es evidente, el estar no equivale a eficiencia. |
El problema con esta mentalidad es que genera un círculo vicioso: los empleados y las empleadas sienten la presión de prolongar sus jornadas para demostrar compromiso, incluso cuando ya han terminado sus tareas. También cargan con la mochila de la demanda constante a través del teléfono, fuera de hora, y fuera de lugar (nótese aquí el juego de palabras 😉 ). No solo hay que estar, hay que ser visto/a y notado/a. Y si además atendés mensajes a cualquier hora, sumás puntos de compromiso. Se premia el sacrificio en lugar de la eficiencia y la calidad, o el simplemente cumplir con los objetivos sin tanto espamento.
Como el imperativo del rendimiento está a la vista en todos lados, prima una sensación de frustración entre las personas que intentan equilibrar su vida personal con la laboral. Por eso, en las clases de administración del tiempo solemos encontrarnos con discursos culposos de quienes consideran que no pueden con todo porque no se organizan bien, pero, ¿son impresiones realistas o culpas que arrastramos sin fundamento? Ojo, no digo que todas y todos manejemos excelentemente nuestro tiempo, está claro la creencia en el multitasking, la reunionitis y la mente de mono en un entorno sumamente distractor atentan contra una organización certera, pero es evidente que hay quienes sienten culpa cuando están en calma, priorizan y dejan tareas pendientes.
Por si fuera poco, en el medio tenemos a los gurúes del fitness, las finanzas y la superación personal que nos venden la idea de que dormir es de mediocres y que el secreto del éxito es levantarse a las 4 de la mañana. Como si eso fuera una fórmula mágica… Si fuera así, quienes trabajan de serenos/as y panaderos/as dominarían el mundo.
El miedo a la desconexión

Muchas empresas, pero más que nada las pequeñas y familiares, temen perder el control sobre sus empleadas y empleados si no los tienen físicamente presentes. Esto se debe a la creencia de que, si no están en la oficina, no están trabajando. Este miedo impide la adopción de modelos de trabajo más flexibles, como el teletrabajo o la jornada reducida, a pesar de que múltiples estudios demuestran que la productividad no depende de la cantidad de horas, sino de la gestión eficiente del tiempo y los recursos.
Un enfoque basado en la medición de resultados, en lugar de horas trabajadas, permitiría a las empresas evaluar realmente la productividad de sus empleados sin caer en la vigilancia constante, y a su vez, comprender que la presencialidad es necesaria porque fortalece los vínculos entre las personas, pero que hay prácticas poco productivas tanto presenciales como virtuales. De hecho, la reunionitis, como mencionamos antes, es un mal de época que se da tanto en las oficinas como desde casa.
El impacto en el bienestar
Un estudio de Ringover.es, citado en una nota de Infobae, reveló algo que muchos ya sospechábamos: no somos productivos 8 horas al día. De hecho, el tiempo real de productividad ronda las 5 horas. Pero, paradójicamente, en muchas empresas sigue existiendo la idea de que más horas equivalen a mejor rendimiento. Spoiler: no es así.
Las largas jornadas laborales y la falta de desconexión afectan negativamente la salud física y mental de los empleados. Estudios han demostrado que el exceso de trabajo contribuye al aumento del estrés, el agotamiento y la disminución de la creatividad.
El estrés laboral es una de las consecuencias más graves de esta dinámica laboral, que en casos extremos se denomina burnout (reconocido por la Organización Mundial de la Salud). Empleados exhaustos no solo rinden menos, sino que también pueden desarrollar problemas de salud como ansiedad, insomnio y enfermedades cardiovasculares. A pesar de esto, muchas empresas continúan ignorando los efectos negativos de estas prácticas.
La necesidad de un cambio de paradigma
Para que el bienestar laboral sea una realidad y no solo una frase encantadora en una comunicación, es necesario un cambio cultural profundo. No basta con hablar de salud mental si las estructuras siguen premiando la sobrecarga y castigando el descanso.

| Si las empresas realmente quieren cerrar la brecha entre discurso y realidad, deben revisar sus valores y procesos para eliminar estas contradicciones. Es fundamental priorizar la calidad del trabajo sobre la cantidad de horas y promover una cultura basada en la confianza y en la medición de resultados. |
Hacer este cambio no solo beneficiará la salud y la motivación de los empleados, sino que también aumentará su rendimiento y compromiso. Dejar atrás el presentismo, la reunionitis y el multitasking mal entendido es una inversión en equipos más felices, creativos y productivos. Si de verdad queremos cambiar el juego, hay que dejar de premiar el agotamiento como si fuera una medalla de honor. Porque al final del día, no gana el que más horas calienta la silla, sino quien hace el mejor trabajo sin destruirse en el intento.
Por Sofía Pazos

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