Portada El WhatsApp: Una reflexión sobre la infamia y el valor mágico de las palabras

El WhatsApp: Una reflexión sobre la infamia y el valor mágico de las palabras

La hipótesis es simple, aunque quizás un poco rebuscada y, por lo tanto, la describa de manera contradictoria. Por eso, antes que nada, pido disculpas. Vuelvo a la hipótesis y la declaro con firmeza: muchas personas emplean WhatsApp como si sus mensajes tuvieran un poder mágico. Si esto suena a crítica pesimista sobre la actualidad, es porque lo es. Pido perdón una vez más.

Antes de pasar a los ejemplos, voy a dar una breve introducción para que se entienda a qué tipo de pensamiento mágico me refiero.

Personas usando el WhatsApp

Por poder mágico me refiero no solo a la fascinación y el respeto que genera el texto escrito en las personas (lo que permite que las fake news existan en un mundo como el de hoy), sino a la creencia (espero que hoy solo de manera inconsciente) acerca de que los símbolos trazados tienen tal fuerza que pueden desencadenar acciones (G.R. Cardona). Este pensamiento, que bien puede entenderse de sociedades y culturas sin sistemas de escritura muy desarrollados, parecería no tener cabida en el mundo actual y, sin embargo, lo tiene. Bah, me parece.

Como suelo hacer, paso a justificar la hipótesis con mensajes reales del chat de mi edificio. Este corpus rico, riquísimo, me ayuda a desagregar la premisa, porque entiendo que hay tres tipos de hechizos que se conjuran al escribir en este medio y los tres aparecen con bastante claridad en el grupo.

1. El primer hechizo se desprende de un tema fuerte y permanente como es la puerta —que “algunas/os” dejan abierta —:  “Puerta abierta”, “Cada uno debe cerrar la puerta como la de su departamento”, “Bajé recién, ¡y la puerta estaba abierta!”, “TOMEN CONCIENCIA”, “hay que tener cuidado”. Se cree que quienes no dejan la puerta de entrada cerrada no escucharon estos mensajes o no los leyeron: “HAY CARTEL DICE VERIFICAR PUERTA CERRADA”. Por eso, las y los que se encargan de avisar por escrito, o incluso con imágenes y videos (?), son personas más atentas que colaboran con sus vecinos y vecinas para que el descuido no vuelva a ocurrir.

2. El segundo conjuro es el que empieza por “hay que”, punto que suelo tratar en las capacitaciones de redacción porque da para mucho. Acá el pensamiento mágico radica en la creencia acerca de que expresar un mensaje en el chat es una acción de por sí que genera un cambio: “Acá hay que cambiar las cosas de fondo”, “Hay que cambiar de empresa”, “no tengo internet”. Espero que el último mensaje te haya sacado una sonrisa, que quizás no era lo que esperaba que sucediera el autor o la autora del enunciado. Estos son ejemplos no de los famosos actos de habla sino de descargos improductivos. Tanto en un edificio como en conversaciones laborales (por escrito u orales) la falta de responsabilidades y de responsables desgasta a las personas y no trae ningún tipo de beneficio. El “hayqueísmo” nos hunde en la inacción y la pesadumbre.

3. Y ahora pasamos al último hechizo, el de la denuncia que no es denuncia. Esto en mi edificio va de la mano con una situación recurrente y bien clara como es el escuchar ruidos molestos fuera de hora: “no son horas del ruido ese”, “no son horas para usar el taladro”. Si bien se parece un poco al hayqueísmo, se distingue porque en este caso se busca a alguien responsable/culpable, o, mejor dicho, no se lo/la busca a propósito para no tener que comprometerse con la situación más que por medio de un mensaje. Lo mágico está en la denuncia a una persona no identificada y la posible infamia. Como explica Foucault, en La vida de los hombres infames, la infamia es un modelo punitivo en base a los efectos de la opinión pública. En la denuncia que no denuncia hay una suerte de acusación política, en nombre de todas y todos, pero dirigida a alguien desconocido. Ojo, en este chat sí existe la posibilidad de punir con infamia (“O aprenden, o se los seguirá mencionando”) pero no sucede, se acusa al aire a “alguien” porque si el cruce fuera uno a uno, habría que prepararse para tener una conversación algo difícil. ¿Por qué hablar si podemos creer en el poder mágico de los mensajes de texto? En la denuncia que no denuncia podemos enfrentarnos con enojo y furia a desconocidos porque los deshumanizamos. En cambio, en las comunicaciones reales y efectivas hablamos con personas, no nos dirigimos a figuras medio monstruosas y sin voz que realizan acciones malignas. Hablando en serio, haciéndonos cargo de nuestras palabras y escuchando de verdad, aceptamos que la otredad es también humana y que quizás no realiza acciones criminales, ni punibles, ni demasiado relevantes para nadie.

Eso es todo, mágicamente he aclarado mi punto.

Por Sofía Pazos

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